El primer año en el que se concedieron los Premios Nobel, 1901, el de Física fue otorgado a un alemán, Wilhelm Röntgen, por el descubrimiento de un nuevo tipo de radiación, los rayos Röntgen o, como le agradaría a su descubridor que los llamáramos, rayos X.
Röntgen, al igual que muchos otros científicos estaba estudiando los rayos catódicos, realizando experiencias con un tubo de Lenard. El extremo del tubo se encontraba tapado con cartón, pero el físico observó que una pequeña pantalla, también de cartón, brillaba con un fulgor fluorescente cuando estaba cerca del tubo.
El brillo fluorescente no era raro pero, si la pantalla brillaba porque estaba recibiendo radiación del tubo, pero no era posible que lo hiciera ya que estaba tapada con cartón. Para asegurarse de que no estaba confundiéndose, utilizó un tubo con una pared de vidrio más gruesa, y lo cubrió completamente de cartón pintado de negro para que absorbiera toda la radiación posible. Además, cerró todas las ventanas , para que la habitación estuviera absolutamente a oscuras y no hubiera posibilidad de que la luz del Sol tuviera que ver con esto. Sin embargo la fluorescencia continuaba.
El brillo fluorescente no era raro pero, si la pantalla brillaba porque estaba recibiendo radiación del tubo, pero no era posible que lo hiciera ya que estaba tapada con cartón. Para asegurarse de que no estaba confundiéndose, utilizó un tubo con una pared de vidrio más gruesa, y lo cubrió completamente de cartón pintado de negro para que absorbiera toda la radiación posible. Además, cerró todas las ventanas , para que la habitación estuviera absolutamente a oscuras y no hubiera posibilidad de que la luz del Sol tuviera que ver con esto. Sin embargo la fluorescencia continuaba.
Puesto que no tenía la menor idea de qué eran esos rayos que atravesaban el cartón, Röntgen los denominó rayos X, ya que la letra x era la más utilizada como incógnita en ecuaciones matemáticas.
Realizando comprobaciones, llegaron a la conclusión de que los rayos X atravesaban todo tipo de materiales a excepción de metales pesados. Pero no fue esto lo que más les impresionó, sino cuando comprobaron qué sucedía con el cuerpo humano: Anna (mujer de Röntgen) puso su mano sobre una placa fotográfica mientras Röntgen manipulaba los aparatos, exponiendo la mano y la placa a radiación X durante unos quince minutos.
El resultado fue:
Lo primero que exclamó Anna fue: “¡He visto mi propia muerte!”
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